La relacióne ducativa y l'adulto. Argentina


 

LA EXPERIENCIA, DEL FLUJO DE SENSACIONES NUEVAS, AL VIVIR QUE HACE CRECER

 

Por Carlos Raúl Cantero – Santa Fe- Argentina

 

  1. Desencuentro y Espera

Entre la escuela y sus destinatarios se puede reconocer una divergencia de horizontes de sentido, de valoraciones, de íconos, de códigos de comunicación, de lenguajes, de expectativas, de representaciones simbólicas, de universos estéticos; en fin, una distancia, una disconformidad, que en ocasiones y etapas parece agigantarse abismalmente.

El desencuentro está expresado en la conocida frase de Lyotard: “.... el malentendido que separa esta institución de sus usuarios va en aumento: la escuela es moderna, los alumnos son posmodernos; ella tiene por objeto formar los espíritus, ellos le oponen la atención flotante del telespectador...” [1]

La incidencia del talante de la posmodernidad en las culturas juveniles está a la vista y entre sus consecuencias más dramáticas y desafiantes, se puede observar, al “escepticismo como ánimo de fondo”[2]

En mi tarea docente, hace unos meses, me sucedió que un alumno del último curso de secundario intervino en una clase para decir: “ Me sorprende que Usted, con una edad mucho mayor que la nuestra, siempre afirma un gusto por la vida, la belleza de las cosas, habla de la exigencia de que la sociedad sea más justa, y en cambio nosotros, a los dieciséis años, tenemos una mirada de negatividad, de pesimismo, y estamos convencidos  de que en todos los ámbitos de la sociedad predomina la corrupción, y que hacia el futuro esta situación no cambiará”. Los compañeros de curso asentían con sus gestos, expresando su acuerdo con lo enunciado.

Conmovido e interpelado por esta intervención, me pregunté ¿Cómo es que a los dieciséis años ya bajaron los brazos? ¿Cómo es posible que antes de empezar la lucha por la vida ya la abandonaron? ¿Qué estamos haciendo los adultos para que en corazón de nuestros hijos, de nuestros alumnos esté emergiendo este escepticismo y no como momento pasajero, sino como ánimo de fondo, hasta el punto que parece que ya no esperan nada?

La cultura de lo efímero, que no tiene pretensión alguna de cambiar la realidad, la sociedad o las personas, ni de organizar el futuro, impacta de un modo significativo en el modo de pensar de las nuevas generaciones, para quienes como, afirma Lipovetsky, “vivir sin ideal y sin fin trascendente se tornó posible[3]

En el contexto juvenil de la actualidad, predomina un modo de entender la “categoría de la experiencia” como flujo de impresiones que posibilitan probar sensaciones nuevas, diferentes, excitantes. Se trata de interrumpir el aburrimiento  y la banalidad cotidianos con excitaciones o emociones que ayuden a la fuga de sí, que contribuyan a renovar  un deseo privado de su objeto que debe ser llenado continuamente, y cuya explotación otorga buenos dividendos a quienes se ocupan de instrumentalizarlos. [4]

Sin embargo, ¿ es verdad que los jóvenes de hoy ya no esperan nada? El modo de vida de muchos parece constatarlo, pero con una mirada más profunda se puede descubrir que en su razón y en su corazón, hay interrogantes profundos, inquietudes inteligentes, exigencias justas, deseo de que acontezca algo verdadero, bueno y bello en sus existencias. En realidad, esperan mucho, o mejor aún, esperan todo.

Es decir, que junto al desencuentro, encontramos la espera, una demanda a los educadores, a los adultos, para que los ayuden a crecer, a superar la mediocridad hegemónica, a descubrir un gusto nuevo por la vida.

¿Cómo responder a esta espera?

 

2. La Presencia del Adulto

Cuando esa demanda, esas “señales” y hasta esos pedidos de auxilio, se enfrentan con la indiferencia, la descalificación y la sordera de los adultos educadores, los adolescentes se encierran en su propio mundo con una marcada tendencia a exacerbar las actitudes que los diferencian y autoafirman: impulsos agresivos, actitudes intempestivas, inhibiciones, intolerancia a cualquier tipo de norma, transgresiones, apatía, cinismo, alienación e indiferencia.

Se ha tornado un lugar común, hablar del retiro del Estado respecto de sus funciones en asuntos de educación, pero muy pocos hablan del retiro del adulto.

La educación existe en primer lugar si existen el adulto. Los niños y los jóvenes necesitan que los adultos que tienen delante sepan dar razones de por qué vale la pena vivir.

Ser adultos educadores, implica hacerse cargo de la responsabilidad insustituíble de la relación y la propuesta educativas, sin eludirlas postergándolas para los tiempos en que las condiciones sean favorables, o las estructuras sociales, culturales, políticas, etc. sean las adecuadas.

En la actualidad, sin embargo, muchos adultos se han apartado de sus responsabilidades educativas, y hasta, demandan que el Estado los sustituya en sus tareas.

Un autor brasilero, de vasta experiencia en la educación de adolescentes en riesgo social, titula una de sus obras como “Pedagogía de la Presencia” y en un fragmento afirma:  “Ninguna ley, ningún método o técnica, ningún recurso logístico, ningún dispositivo institucional puede reemplazar la frescura y la inmediatez de la presencia solidaria, abierta y constructiva del educador ante el educando”[5]

 

La educación es siempre una relación entre dos libertades.

El pasaje de la experiencia como flujo de impresiones novedosas, a esta conceptualización: “La experiencia es el método fundamental mediante el que la naturaleza favorece el desarrollo de la conciencia y el crecimiento de la persona. Por eso no hay experiencia si el hombre no se da cuenta de que ‘crece’ en ella” [6], depende del modo en que se encuentran y  responden estas dos libertades.

Conocer la realidad y descubrir su significado es un deseo constitutivo y al mismo tiempo constituyente del ser humano, que desde la antigüedad se instauró como una  búsqueda apasionante de explicitaciones de la cuestión en  sus diversos aspectos y de caminos aproximativos de cumplimiento de la pretensión que tal deseo lleva dentro.

La experiencia es un método de conocimiento de la realidad, es decir un camino de aproximación a su descubrimiento. 

El punto de partida del recorrido es el yo en acción, es decir, que no se inicia en especulaciones abstractas acerca del problema del conocimiento y de las relaciones entre el sujeto y el objeto, sino del despliegue de las tensiones de la teleología inmanente al ser humano, que lo impulsan a amar, comprender, gozar, crecer, trabajar, transformar y multiplicar lo dado y orar.

En estas acciones y todas sus derivadas, el yo humano se relaciona con lo real desde el deseo de llevar a plenitud su propio ser, y entonces le es posible intentar continuamente comprender su significado, sin anteponer los prejuicios y las ideologías, sino procurando sorprender lo que aparece tal como es, sin censurar ninguno de sus componentes, para colocarlo en su relación con la totalidad.

La experiencia como método de conocimiento reconoce su causa eficiente en el juicio acerca de lo acontecido al yo en acción y de lo que le aparece, es decir que es el fruto precioso que resulta de la inteligencia del sentido de la realidad.

En sus primeros pasos del recorrido vital del los hombres, el progresivo encuentro con la realidad suscita, el asombro, la admiración y el estupor por la existencia de lo real, por su inconmensurabilidad, por su belleza, por su contextura de orden y finalidad. Y sin solución de continuidad, sin complicaciones artificiosas de su parte, el niño se pone en movimiento para introducirse en la realidad  provisto de una curiosidad deseosa y abierta a la totalidad del ser, que, aunque constituye la experiencia esencial e inicial de su espíritu, no logra sostenerse por sí sola, ni desplegarse con su propia dotación de facultades. Esta apertura última con la que viene al mundo, necesita ser continuamente educada para que permanezca como tal.

Los niños, los jóvenes, y en fin, los hombres de cualquier edad necesitan encontrarse con personas que  los ayuden a cada paso a introducirse a la realidad descubriendo el significado de cada cosa.

¿ Dónde encontrar el sentido de las cosas ¿Quién lo puede brindar? Lo ofrecen los que han gastado su vida en buscar el significado, y han construido ese precioso legado que es la tradición.

Sólo hay existencia humana si la persona es incorporada al ámbito de la cultura. El educador tiene la irrenunciable tarea de transmitir la tradición cultural, en la que se pueden encontrar las respuestas, y las vivencias de los hombres a los interrogantes fundamentales, expresadas en la sabiduría y la belleza de las creaciones de los grandes poetas, científicos, pensadores, artistas, dirigentes y también de la gente sencilla del pueblo.

Ante la “destradicionalización actual[7], y el corrimiento de la familia y de la escuela de su función transmisiva, es imprescindible recuperar el valor de la tradición para la constitución de la subjetividad humana.

La ruptura con la tradición o su desvinculación es la renuncia a la vida como continuum de racionalidad, de imágenes, de significados y de afectos, que trae como consecuencia inevitable el desenraizamiento del ser humano, una extraterritorialidad sin horizontes, que es letal para la constitución del yo.

La experiencia como método de conocimiento, y de crecimiento, tiene lugar precisamente cuando, el educador propone la tradición de un modo significativo para los desafíos que presenta  la vida en la actualidad, y suscita en los alumnos el compromiso personal de la verificación.

Es precisamente, en este último paso que el sujeto puede comparar la hipótesis propuesta con las exigencias constitutivas de su corazón, con lo real, con otras posturas, y de este modo, a partir del juicio acerca de su correspondencia, es gestada la experiencia, como método de conocimiento y de crecimiento, como inteligencia del sentido.

 

 

 

Un ejemplo

En el sufrimiento se puede hallar una experiencia de singular valor educativo. ¿ Qué se puede aprender de circunstancias que parecen totalmente alejadas y hasta opuestas al destino humano y al deseo de felicidad?

El desasosiego, el ahogo, la pesadumbre, la amargura, y por último la desesperación, parecen inevitables, si estas ocasiones se viven desde la obstinación de la autosuficiencia y la soledad, porque sólo cabe esperar que a cada instante y a cada paso se incremente el fracaso.

Si en cambio, el hombre sufriente está dispuesto a valorar lo que vive en relación con su sentido, aprenderá en la dramaticidad de las circunstancias, a descubrir en la propia carne que en la fragilidad extrema de su existencia, su yo es un pedido, un grito, una exclamación que no está dirigida al vacío de la nada, ni a un anónimo destinatario, sino a un Otro para que se haga presente, y a las personas queridas para lo abracen con su afecto y auxilio.

Del sufrimiento, entonces, se puede aprender existencialmente y en primera persona, que el hombre es un yo dependiente.

Se puede reconocer aquí un claro ejemplo de lo que significa la experiencia como método de conocimiento. Ella no emerge del sólo pasar por una diversidad de circunstancias, sino del juicio reflexivo que intenta colocar lo que está viviendo en relación con su significado, que busca continuamente comprender la vinculación de lo que acontece en la particularidad contingente de la existencia cotidiana, con el misterio de la totalidad del ser.

 



[1] [1] Lyotard Francois La condición posmoderna. Citado por Colom Antoni y Melich Joan- Carles, en Después de la modernidad. Editorial Piados, Barcelona.

[2] Cfr. Giussani Luigi Educar es un riesgo. Ediciones Encuentro.2da. Ed. Madrid. 1991, pág. 50

[3] Citado por Petrini Joao Carlos  Cambios sociales y cambios familiares, en Actas del IV Congreso Internacional de Educación, Universidad Católica de Santa Fe, 2005, p.73

[4]Cfr. Borghesi Massimo El sujeto ausente Ediciones Encuentro. Madrid. 2002. p.125-127 y137

[5] Gomes da Costa Antonio C Pedagogía de la Presencia. Editorial Losada. Buenos Aires. P. 29

[6] Giussani Luigi El camino a la verdad es una experiencia. Ediciones Encuentro. Madrid. 1991. p.112

[7] Cfr.  Duch Luis La educación y crisis de la modernidad. Editorial Paidós. Barcelona. 1997. pp.39-40

 
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